Buenos Aires -

Por Leandro Pecora

Va a ser mejor que no olvidemos a García.
Quien esto lea no va a encontrar aquí la biografía regular del hombre que nos acaba de dejar, cronologías, sucesos, fechas o lugares: no la podría escribir porque la conozco poco, cosa que siempre creí que él así deseaba que fuese.
Un hombre es lo que hace, la roca que mueve, la idea que siembra, la huella que deja: una construcción permanente. El resto son detalles.
Y qué decir cuando este hombre, además, es quien construye, quien se pone al hombro, la tarea de darnos piso, de erigirse tierra firme, cuando todo es movedizo y parece no haber fin. Quien resuelve, sin más, ser contención y elevarnos, empujando roca, idea, huella, para que el resto pueda, cuando pueda, desde allí ver más lejos, desde allí ver mejor.

Nos va a hacer bien tener presente a García.
Hablar poco, hacer mucho; patear una vieja puerta medianera y recomenzar un Club, empujarlo a crecer cuando todos lo veían morir. Tener esa visión, ese destino, ese norte, viajar sin mapa hacia un continente donde las cosas son mejores sin prueba de que exista. Hacer lo posible, hacerlo posible.
Picar piedra para que pueda haber pasto, que pisarán otros, donde jugarán otros; zanjear desagües atravesando una cancha entera, que usarán otros, donde se ducharan otros. Tal el tamaño y envergadura de la empresa y la persona, sin otra armadura que un sombrero de paja y un viejo pantalón verde con dos estrellas, cada mañana, de cada año, sin más paga que la posibilidad de que lo dejen ser, hacer, crecer, no dejar morir. Se crece o se muere, ser eso, latir así.

Nos hizo mejores andar cerca de García.
No pidió que lo sigan: lo seguimos. Su rotunda postura, su cuerpo como dique, en un momento de tanta desolación nos amuchó, nos convocó, nos dio marco, lienzo, pincel y cinco sencillas palabras que empezamos a decirnos con los ojos: hagamos lo que haga falta. No nos decía qué, el qué obliga palabras; nos decía cómo, con su imagen y su pico, a lo lejos, bajo el sol, labrando pistas, riegos, desagües. Cada tanto pasaba y nos miraba, veinte astronautas impermeabilizando un techo, y sonreía y seguía camino, en paz, porque había vida, porque habría Club.

Nos hizo bien que estuviera siempre García.
Graciosamente incómodo cuando tenía que cruzar a la Sede, como chacarero en subte, en esas reuniones donde se dice tres veces más de lo que se hace; acodado en la barra, de espaldas, lejos de todo escenario y foco de luz, cadereando entre chantas de sacos prestados y atornillados invictos de ascensos. Prefería hablarte al oído y agarrarte fuerte del brazo, como para que no te vayas sin su beso paternal. Sabía todo de todos, y sabía que lo sabían, y también que muchas veces se construye dejando pasar, historias, costados, detalles. Dejando pasar, el resto son detalles.

Vamos a necesitar que salgan más García.
En este mundo tan inmediato como virtual, del celular siempre cerca para no perdernos nada de nada importante, nos va a venir muy bien que salgan más como este hombre que un día decidió, junto a tantos otros inolvidables, que Ferro éramos nosotros y que nosotros seguíamos con vida; que podía haber jueza, conjueza, quiebra, fiduciario y la mar en coche, pero que si queríamos que haya Ferro mañana, había que seguir sembrando Ferro hoy, patear puertas, hurgar chapas, machetear yuyos, imaginar gente corriendo donde entonces ni perros.

Que se crece o se muere, nos dijo todo el tiempo García, sin decirnos una palabra.
Seguramente, tras tanto esfuerzo, ya debe estar descansando en paz.


Leandro Pecora
leandropecora@gmail.com

Foto: @subcodehistoria.fco

ver todas las noticias